Así alimento a mis hijos… y por qué lo hago así

Así alimento a mis hijos… y por qué lo hago así

Si algo me ha enseñado la maternidad es que la alimentación va mucho más allá de lo que ponemos en un plato. Alimentar es cuidar, es enseñar, es acompañar. Y por eso, en mi casa, la comida no es una lucha ni un premio: es una forma de amar.


Alimento a mis hijos con comida real.

Sin azúcar, sin ultraprocesados, sin gluten ni lácteos. Y no porque quiera complicarme la vida, sino porque he vivido en mi propia piel lo que una alimentación dañina puede provocar. Durante años estuve enferma, cansada, con problemas digestivos, alergias, ansiedad. Ningún médico me lo resolvía… hasta que entendí que la raíz estaba en lo que comía.


No quiero que mis hijos crezcan creyendo que lo normal es desayunar bollos y merendar galletas. No quiero que su paladar se adormezca con aditivos, ni que su energía dependa de un chute de azúcar. Quiero que tengan una microbiota sana, que su sistema inmune esté fuerte, que su concentración y su estado emocional estén sostenidos por una alimentación que nutra de verdad.


¿Significa eso que todo es perfecto? No. Hay días con prisas, días en los que hay que improvisar, días en los que toca repetir la misma crema o arroz. Pero la base está clara y firme. En casa hay fruta fresca, cremas de verduras, proteínas limpias, pan sin gluten, snacks caseros, batidos naturales, semillas, fermentos… y también espacio para el gusto, el placer y la conexión con los alimentos.


No juzgo otras formas de alimentar, pero sí defiendo la mía con convicción, porque sé lo que puede prevenir. Porque sé que los primeros años son la raíz de todo. Porque quiero darles herramientas para que el día de mañana, cuando decidan por sí mismos, tengan criterio y no dependencia.


Y porque, en el fondo, alimentar es una forma de sembrar futuro. Y yo quiero sembrar salud, libertad y amor por lo natural.

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