Dos meses y medio en Suecia: nuestra experiencia familiar y escolar en este nuevo comienzo
Share
Han pasado ya dos meses y medio desde que llegamos a Suecia, y todavía me cuesta creerlo. A veces me despierto, miro por la ventana, veo la luz distinta, el silencio, el ritmo pausado… y pienso: estamos aquí, de verdad.
Llegamos con mucha ilusión y también con mucho vértigo. No sabíamos qué esperar, solo que necesitábamos un cambio profundo, algo que nos devolviera la calma, la conexión y la sensación de que estábamos dando a los niños otro tipo de infancia.
Y, aunque para mí está siendo un proceso intenso, para ellos ha sido maravilloso.
El colegio en el que están es un regalo. Es un centro cristiano, pequeño y familiar, donde los valores se viven de verdad. Les han puesto a los niños un tutor que habla español y les acompaña en su adaptación: aprenden sueco poco a poco, repasan las materias individualmente y se sienten cuidados.
El ritmo del cole es justo lo que necesitábamos. No hay prisa. No hay exigencias desmedidas. Los más pequeños pasan la mayor parte del día jugando, dentro y fuera, incluso si llueve o hace frío. No hay pupitres, sino rincones de juego, canciones, cuentos, movimiento y naturaleza. Aprenden letras y números, sí, pero desde la experiencia.
Y eso se nota. Están felices, tranquilos, sin estrés.
La comida es otro punto que nos preocupaba, y la verdad es que estamos muy agradecidos. Aunque no es un menú perfecto, nos respetan muchísimo: sin azúcar, sin lácteos y sin gluten. Y eso, en un país nuevo, es mucho.
Para mí, en cambio, el cambio ha sido más duro. No hablo inglés ni sueco, y eso me hace sentir a veces aislada, como si viviera en una burbuja. Echo de menos poder comunicarme, hacer gestiones, moverme con autonomía. Pero al mismo tiempo, no me siento sola. Estoy con los niños, salgo al parque, voy a las escuelas que hay en los ambulatorios, y poco a poco empiezo a sentirme parte de algo, aunque sea pequeño.
No echo de menos España. Al menos, no todavía. Sé que llegará ese momento, pero ahora mismo tengo la certeza de que estamos donde debíamos estar. Necesitábamos salir del ruido, de la prisa, de un sistema educativo que nos angustiaba.
Aquí, en cambio, sentimos que todo encaja mejor. Los niños van desde el año hasta los 15 en el mismo colegio, en un entorno sereno, con valores, sin esa ruptura tan brusca que hay en España al pasar al instituto. Todo es más gradual, más humano.
Tenemos pensado quedarnos mucho tiempo. Incluso, si se da la oportunidad, comprar una casa aquí. No sentimos que esta sea una etapa pasajera, sino el comienzo de algo nuevo. Y aunque no descartamos seguir explorando otros países algún día, a España no volveríamos. No ahora, no mientras los niños estén creciendo.
Este cambio ha sido grande, sí. A veces difícil, otras emocionante, pero siempre necesario. Y cuando veo a los niños correr bajo la lluvia, reírse, aprender sin miedo y sentirse libres… sé que estamos donde debemos.